En la boda, el perro de la novia bloqueó el camino.

El pecho de Ileana se apretó cuando Rex se desplomó a sus pies.

Sus ojos, aquellos ojos fieles y vigilantes que la habían seguido toda la vida, empezaban a perder su brillo. Su padre, Mihai, se arrodilló a su lado, con voz suave y dulce.

—Cariño, creo que deberíamos llevarlo al veterinario.

Pero Ileana ya lo entendía. Podía sentir lo que Rex intentaba decirle sin palabras.

—Él esperó —susurró ella, con la emoción apretándole la garganta—. Esperó a verme con mi vestido de novia.

En ese momento, Constantin, todavía con su elegante traje de boda, bajó las escaleras de la iglesia. Arrodillándose junto a ellos, apoyó una mano firme en el hombro de Ileana.

—¿Qué pasa? —preguntó suavemente.

—Creo que… se está despidiendo—murmuró Ileana, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

Constantin tomó suavemente su mano y extendió la mano para acariciar la cabeza de Rex con la otra.

Los invitados a la boda, percibiendo la gravedad del momento, se quedaron quietos.

Un silencio cayó sobre la multitud: nadie se movió, nadie habló.

Entonces, para asombro de todos, Rex se movió. Su frágil cuerpo temblaba al incorporarse por última vez. Con gran esfuerzo, se acercó a Constantin y le lamió la mano suavemente, como si le diera su bendición. Luego se giró, se acurrucó junto a Ileana una vez más y se escabulló en paz.

Las lágrimas corrían por los rostros de los presentes. Nadie esperaba una despedida tan emotiva en lo que se suponía sería un día de celebración.

Pero en medio de ese dolor, ocurrió algo extraordinario.

Una paloma blanca radiante descendió del cielo y aterrizó delicadamente en el hombro de Ileana.

La miró con una mirada tan tranquila y sabia que la hizo estremecer. Había algo profundamente familiar en esa mirada, algo que le conmovió el alma.

— Ileana —dijo suavemente su madre, Elena, dando un paso adelante— esto es una señal.

La paloma permaneció quieta unos instantes, luego emprendió el vuelo, dando vueltas sobre la iglesia antes de desaparecer en el vasto cielo sin nubes.

La ceremonia continuó, pero se había convertido en algo más profundo.

Ya no era solo una boda. Se había transformado en un homenaje al amor en todas sus formas: entre marido y mujer, y entre una niña y el perro que nunca se había separado de su lado.

El padre Adrián ajustó sus palabras para honrar a Rex, reconociendo el papel que había jugado en la vida de Ileana.

Y mientras se pronunciaban los votos, todos podían sentir la presencia de Rex: leal, amoroso y eterno.

Hãy bình luận đầu tiên

Để lại một phản hồi

Thư điện tử của bạn sẽ không được hiện thị công khai.


*