Mi esposo se cree el centro del universo y ahora pretende imponerme condiciones.

**Diario de un Hombre**

Mi esposa, Laura, últimamente se ha creído el ombligo del mundo y ahora piensa que puede imponerme condiciones. Y no cualquiera, sino aquellas que me hielan la sangre. Me dijo que se divorciaría de mí si no dejaba de ver a mi hija, Lucía, de mi primer matrimonio. ¿En serio? Es mi hija, mi sangre, mi vida. ¿Y cree que puede borrarla de mi existencia con solo amenazarme? Aún no puedo creer que la mujer con la que compartí años de mi vida haya llegado a esto.

Todo comenzó hace unos meses. Laura siempre tuvo carácter, pero antes lo veía como fortaleza, no como un defecto. Es segura, decidida, acostumbrada a que todo gire a su alrededor. Cuando nos casamos, pensé que había encontrado a alguien fiel, que me apoyaría y aceptaría a mi familia. Lucía era pequeña entonces, solo tenía cinco años. Desde el principio, se encariñó con Laura, la llamaba “mamá Lau”. Me llenaba de alegría ver cómo se llevaban bien. Pero con el tiempo, algo cambió.

Laura empezó a distanciarse de Lucía. Primero fueron pequeñas cosas: ya no preguntaba por su día en el colegio, evitaba jugar con ella como antes. Lo atribuí al cansancio—su trabajo es exigente, a veces llega tarde. Pero luego comenzó a irritarse cada vez que mencionaba a mi hija. “Le dedicas demasiado tiempo”, soltó una noche en la cena. Me dejó sin palabras. ¿Cómo no iba a dedicarle tiempo? Lucía vive con mi madre, Carmen, en Valencia, y solo la veo los fines de semana. Esos momentos son mi refugio, mi manera de seguir siendo su padre, a pesar de la distancia.

Después vinieron los ultimátums. Hace un mes, Laura se sentó frente a mí en la cocina, cruzó los brazos y, con una mirada fría, dijo: “No quiero que sigas yendo a ver a Lucía cada fin de semana. Esto afecta a nuestra familia”. Creí haber escuchado mal. ¿A qué familia? Solo somos nosotros dos, no tenemos hijos, y Lucía es parte de mí. Intenté explicarle que no podía abandonar a mi hija, que ya sufrió la separación de sus padres, que necesita mi cariño. Pero Laura solo se encogió de hombros. “Ya es mayor, lo superará. Si no dejas de ir, pediré el divorcio”.

Me quedé helado. ¿Divorcio? ¿Por querer ser padre de mi propia hija? Era tan absurdo que ni sabía cómo reaccionar. En ese instante, entendí que la mujer en quien confiaba no me veía como su compañero, sino como alguien que debía someterse a sus reglas. No solo quería alejarme de Lucía—quería controlar mi vida.

Empecé a recordar otros momentos. Cómo Laura criticaba a mi madre por “malcriar” a Lucía, cómo fruncía el ceño cuando le compraba regalos o pagaba sus clases de ballet. Una vez dijo que “el pasado debe quedarse atrás”, refiriéndose a mi primer matrimonio y a mi hija. En su momento lo ignoré, pero ahora todo cobraba sentido. No es que no quiera aceptar a Lucía—es que quiere borrarla de nuestra vida.

No sé qué hacer. Una parte de mí quiere empacar y marcharme ahora mismo. No puedo estar con alguien que me pone condiciones tan crueles. Pero otra parte teme. Llevamos siete años juntos, tenemos una casa, proyectos. He invertido tanto en esta relación… Y luego, ¿cómo le explico a Lucía que su padre está solo otra vez? Ya pregunta por qué “mamá Lau” no la llama ni la visita. ¿Cómo le digo que quiere que la olvide?

Mi madre, Carmen, me dice que debo proteger a mi hija, aunque signifique perder a mi esposa. “Nunca te perdonarás si la eliges a ella y no a Lucía”, me dijo por teléfono. Y tiene razón. Lucía no es solo parte de mi pasado—es mi corazón, mi responsabilidad. Recuerdo cuando la sostuve por primera vez, su primera sonrisa, sus primeros pasos. No la traicionaré por alguien que la ve como un estorbo.

Pero Laura no cede. Hace unos días, lo repitió con más dureza: “O eliges a tu hija o a mí. No viviré con un hombre atado a su pasado”. Me quedé callado, sabiendo que cualquier respuesta la enfurecería más. Pero en mi interior, ya había decidido. No dejaré de ver a Lucía. Jamás. Aunque eso signifique perder mi matrimonio.

Ahora pienso en cómo seguir. Quizá deba hablar con un abogado para saber qué me espera. O buscar un mejor trabajo para ser independiente. Incluso he mirado pisos en Valencia para estar más cerca de Lucía. Da miedo, pero también da esperanza. Quiero que mi hija sepa que su padre estará ahí, pase lo que pase.

Laura cree que sus amenazas me doblegarán. Pero se equivoca. No viviré bajo reglas que me obliguen a renunciar a lo que más amo. Elijo a Lucía. Y si toca empezar de cero, lo haré. Por ella. Por nosotros.

**Lección aprendida:** El amor verdadero no exige sacrificar a quienes más amamos. A veces, la familia que elegimos está en aquellos que nunca nos piden que elijamos.

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