Michael Carter ha dedicado su vida a la fuerza, sirviendo como oficial durante más de quince años.
Pero de repente, encadenado en un tribunal, su mundo se derrumbó. El mazo del juez resonó en la sala con una rotunda inapelabilidad: «Culpable». Michael se sintió aturdido. Sabía que le habían tendido una trampa, con pruebas manipuladas para arruinarle la vida. Sin embargo, el mayor dolor no provenía del veredicto, sino de la realidad de que tendría que dejar atrás a Luke, su fiel compañero canino.
Luke, un fiel pastor alemán, ha sido compañero de Michael en numerosas misiones arriesgadas. Mientras Michael miraba al suelo con tristeza, Luke observaba atentamente desde el fondo de la sala, pensando que algo andaba muy mal. Mientras el juez se preparaba para irse, Michael se armó de valor para hablar.
—Su Señoría, por favor —su voz temblorosa rompió el silencio sombrío—. Antes de que me lleven, ¿puedo tener un último momento con Luke?
El juez dudó, visiblemente conmovido, y asintió suavemente. «Tres minutos».

Luke corrió hacia Michael, sus patas repiqueteando rápidamente en el suelo de mármol. Michael se arrodilló y abrazó a su fiel compañero con fuerza mientras las lágrimas corrían por su rostro. “Lo siento mucho, amigo. Te decepcioné”. Luke sollozó suavemente y se acercó más.
Entonces Luke se tensó. Empezó a oler la chaqueta de Michael, ladrando con insistencia y tirando de la tela. La sala murmuró con incertidumbre.
“¿Qué está pasando?” preguntó severamente el juez.
Un policía se acercó lentamente, examinando la chaqueta de Michael. Un pequeño objeto metálico cayó al suelo: una grabadora. El fiscal palideció y respondió rápidamente: “¡Esto no prueba nada!”.
Ignorándolo, el juez le dijo al policía que “la reprodujera”.
Un silencio nervioso invadió la sala mientras la estática crepitaba en la pequeña grabadora. Entonces, con claridad, una voz áspera dijo: “Simplemente planta la evidencia”. El impecable historial de Carter lo convierte en el chivo expiatorio ideal. “Hazlo”.
El corazón de Michael latía con fuerza. Reconoció esa voz: la del capitán Ray Harding, su propio supervisor, mentor y supuesto aliado.
“¡Basta!” gritó el fiscal, pero el juez intervino con firmeza, ordenó que Michael volviera a la cárcel y que trajeran al capitán Harding para interrogarlo.
Todo cambió de repente. Sarah Mitchell, una compañera y amiga, se ofreció a cuidar de Luke. Percibió su inquietud al instante y reconoció que intentaba decir algo más. Sarah confió en el instinto de Luke y se dejó guiar por la estación, hasta llegar al casillero de Michael. Dentro, ocultos bajo los uniformes, descubrieron imágenes y documentación que vinculaban al capitán Harding con sobornos y actividades delictivas.
Sarah presentó la información de inmediato al juez, quien se percató del alcance de la corrupción en su distrito. Esto no se limitaba solo a Michael; se trataba de una compleja conspiración que involucraba a varios oficiales de alto rango.
Michael fue liberado rápidamente, absuelto de todos los cargos, pero la batalla apenas había comenzado. Sarah, Michael y Luke se convirtieron en blancos a medida que se desenredaba la conspiración.
Una noche, tarde, mientras estudiaban metódicamente la evidencia, las luces se apagaron de repente. Luke siseó, con el pelo erizado. El lugar se convirtió en un caos cuando los intrusos irrumpieron con las armas en la mano. Luke atacó sin dudarlo, derribando a uno de los atacantes mientras Michael y Sarah luchaban ferozmente. Los atacantes usaron gas lacrimógeno, obligando a Michael y Sarah a huir por una salida trasera, con Luke siguiéndolos de cerca.
Buscaron refugio en una cabaña aislada, revisando documentos que podrían revelar toda la conspiración. Sin embargo, los conspiradores los rastrearon rápidamente. Los atacantes asaltaron su santuario, destrozando las ventanas a tiros. Michael y Luke defendieron con vehemencia su punto de vista, mientras Sarah protegía las pruebas. Tras una durísima batalla, llegaron refuerzos y los invasores fueron derrotados.
Días después, el asunto saltó a los titulares de los medios. Una extensa red de corrupción que involucraba al capitán Harding y a varias personas influyentes fue desmantelada gracias a la valentía de Michael y Sarah, así como a la inquebrantable intuición de Luke. El misterioso cerebro, conocido simplemente como AR, resultó ser un famoso político local que utilizaba a la policía para perseguir sus propios fines criminales.
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