Después de 47 años de matrimonio, mi esposo inesperadamente pidió el divorcio: sus palabras me dejaron sin aliento.

**Diario de Lucía Mendoza**

Después de 47 años de matrimonio, mi marido anunció que quería el divorcio. Sus palabras fueron un golpe del que aún no me recupero.

Juré estar a su lado en la salud y en la enfermedad. Caminamos juntos enfermedades, criando a los hijos, superando crisis económicas y celebrando logros que, pensaba, solo nos unían más. Pero una tarde cualquiera de otoño, todo se borró con una sola conversación.

Colocaba dos tazas de té sobre la mesa cuando escuché su voz, fría y distante:

—Lucía, tenemos que hablar.

Me tensé. Esas palabras nunca traían buenas noticias. Pero lo que siguió me dejó sin aliento:

—Quiero divorciarme.

Por un instante, el mundo desapareció. El suelo bajo mis pies pareció hundirse. La cuchara que sostenía se me escapó de las manos y, con la voz quebrada, pregunté:

—¿Lo dices en serio?

Me miró como si habláramos de comprar un sofá nuevo y no de destruir nuestra vida:

—Vamos, Lucía. No puedes decir que esto te pilla por sorpresa. —Sonrió con una frialdad que no le conocía.

No pude articular palabra. Todo en mí se negaba a aceptarlo. Él continuó, como si hubiera ensayado el discurso:

—Ambos sabemos que ya no hay nada entre nosotros. Ni la chispa de antes. Todo es rutina. No quiero pasar lo que me queda de vida en este silencio gris. Quiero sentirme vivo. Libertad. Quizás enamorarme otra vez. Sentir emociones que ya olvidamos.

Cada palabra me rasgaba el alma. ¿Cómo podía hablar así de nuestra vida, de años enteros de amor verdadero? Como si fueran algo insignificante.

Ante mis ojos desfilaron recuerdos: construyendo nuestra casa en Valencia, celebrando Navidades con los niños, su mano sosteniendo la mía cuando nació nuestro primer hijo… Todo eso ahora era solo un recuerdo del que quería deshacerse, como de un libro polvoriento.

Quedé paralizada, incapaz de reconocer en ese hombre canoso al mismo Javier que juró amarme eternamente.

—¿Por qué ahora? —logré susurrar—. ¿Por qué después de tantos años?

Encogió los hombros:

—Porque si no es ahora, nunca lo será. No quiero lamentarme en mi lecho de muerte por no haber vivido mi propia vida.

Una ola de rabia y dolor me ahogó. ¿Y yo? ¿Y nuestros hijos, nietos, nuestra casa, nuestras tradiciones, nuestros sueños? Él no estuvo solo en este matrimonio. ¿Por qué solo importa lo que él quiere?

Pero ya había tomado su decisión. Lo vi en sus ojos, los mismos de los que me enamoré un día.

Aquella noche no pude dormir. Busqué en qué momento nos perdimos. ¿Fue en el agobio diario de la casa y los niños? ¿O acaso confié demasiado en que nuestro amor era inquebrantable?

¿O tal vez siempre soñó con una vida sin mí?

Un dolor opresivo me apretaba el pecho. Me sentí traicionada. Humillada. Invisible.

47 años. Casi medio siglo. Y ahora para él solo era un peso del que quería librarse.

Javier empacó sus cosas al día siguiente. Ni siquiera miró atrás al cerrar la puerta. Yo me quedé en medio de la casa vacía, la misma que levantamos juntos, sintiendo cómo se desmoronaba todo lo que había sido mi hogar, mi refugio.

En el silencio, interrumpido solo por mi respiración agitada, entendí: ahora debía reconstruir mi vida sola.

Han pasado semanas. Lentamente me acostumbro a la soledad. A veces, el pánico me invade: ¿qué haré con la casa? ¿Qué les digo a los hijos y nietos? ¿Cómo seguir adelante?

Pero, muy dentro de mí, nace una esperanza frágil. ¿Habrá un propósito en esta tragedia? ¿Será este el inicio de una vida en la que, por fin, pueda pensar en mí y no solo en los demás?

No lo sé. Por ahora, solo aprendo a respirar de nuevo.

Lo que he aprendido en este tiempo:

—Nadie está obligado a amarnos para siempre, ni siquiera quienes lo juraron.

—Nuestra felicidad no puede depender de otro.

—Debemos recordarnos a nosotros mismos. Incluso en el matrimonio. Incluso en el amor.

Y quizás, algún día, vuelva a confiar. En mí.

Hãy bình luận đầu tiên

Để lại một phản hồi

Thư điện tử của bạn sẽ không được hiện thị công khai.


*