Ella sostuvo a su hija en el funeral de su esposo — Entonces la niña susurró algo que dejó a la iglesia paralizada

Las campanas de San Miguel repicaron suavemente, cada campanada como un latido lento que resonaba en la piedra antigua, asentándose no solo en la habitación, sino en lo más profundo del corazón de cada doliente. Ana permaneció inmóvil, velada por un velo negro, ante el altar donde Rareș —su esposo, su eterno amor— descansaba en silencio, envuelto en madera pulida y rodeado de lirios blancos.

Las sombras se extendían sobre los bancos, incluso cuando las vidrieras intentaban pintar la habitación de color. El incienso persistía, mezclándose con cera derretida y madera vieja, y el peso del dolor espesaba el aire. Sofía, su hija de dos años, gimió en brazos de Ana, extendiendo la mano hacia el ataúd con las mejillas húmedas por las lágrimas y gritando confusamente: «Papá». El sacerdote comenzó a hablar, pero fue interrumpido cuando Sofía se quedó callada de repente. Entonces, con la claridad de una campana en silencio, susurró: «Papá dice… que no tienes que llorar, mami».

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