Mi esposo Clark se lució esta vez. Para nuestro viaje de vacaciones a visitar a su familia, reservó boletos de primera clase para él y su madre, dejándome atrapada en clase turista con nuestros dos hijos. Estaba frustradísima, pero decidí no quedarme de brazos cruzados: iba a darle una lección.
Clark se ofreció a encargarse de los vuelos, lo que al principio me pareció un alivio. Pero cuando le pregunté por nuestros asientos en el aeropuerto, mencionó con naturalidad que solo les había subido a primera clase a él y a su madre, «porque ella necesita estar cómoda en vuelos largos».
Mientras tanto, me dejaron a cargo de los niños en los estrechos asientos de la clase económica. Mientras lo observaba a él y a su madre alejarse con su elegante equipaje y champán, planeé en silencio mi pequeña venganza.
En el control de seguridad, mientras Clark y su madre estaban distraídos, metí su billetera en mi bolso sin que se diera cuenta. Una vez en el avión, Clark estaba disfrutando de los beneficios (comidas gourmet, licores de primera calidad), toda la experiencia de primera clase.Me quedé con los pretzels y el jugo del avión, pero en secreto, disfrutaba cada minuto. Dos horas después, ocurrió lo inevitable: la azafata llegó con la cuenta, y Clark se dio cuenta de repente de que le faltaba la billetera.
El pánico se apoderó de él. Intentó convencer a la tripulación para que le dejaran pagar después, pero no hubo suerte. Desesperado, bajó a la clase económica y me rogó que le diera dinero. Me mostré comprensivo, pero solo le di una pequeña cantidad, diciéndole que quizá tuviera que pedirle a su madre que cubriera el resto.
Clark palideció, y el resto del vuelo fue incómodo y tenso para él y su madre. Mientras tanto, me recosté en silencio, disfrutando del karma.
Cuando aterrizamos, Clark seguía buscando desesperadamente su billetera. Guardé mi secreto, sabiendo que lo pensaría dos veces antes de subirse de categoría y dejarme otra vez con los niños.
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