

Una esposa y su esposo estaban organizando una cena para unos invitados importantes.
La esposa estaba muy emocionada y quería que todo saliera perfecto. A último momento, se dio cuenta de que no tenía caracoles para la cena, así que le pidió a su esposo que fuera corriendo a la playa con el cubo a recoger algunos.
Aceptó a regañadientes. Tomó el cubo, salió por la puerta y bajó las escaleras hacia la playa. Mientras recogía los caracoles, se encontró con un par de viejos amigos y empezó a reírse a carcajadas, olvidándose rápidamente de la fiesta de su esposa.
Eran más de las diez cuando recordó: “¡Ay, no! ¡La cena de mi mujer!”.
Agarró su cubo y corrió por la playa hasta su apartamento. Tenía tanta prisa que, al llegar arriba de las escaleras, se le cayó el cubo de caracoles. Había caracoles por todas partes. La puerta se abrió en ese momento, y su esposa, muy enfadada, estaba en el umbral preguntándose dónde habría estado.
Miró a los caracoles que bajaban por las escaleras, luego la miró a ella, luego volvió a mirar a los caracoles y dijo: “¡Vamos chicos, ya casi llegamos!”.
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