

Una ama de casa preocupada saltó al teléfono cuando sonó y escuchó con alivio la amable voz en su oído.
“¿Cómo estás, cariño?”, dijo. “¿Qué día estás teniendo?”
—Ay, mamá —dijo la mujer al teléfono, rompiendo a llorar amargamente—. ¡Qué mal día he tenido! El bebé no quiere comer y la lavadora se ha estropeado. No he podido ir a comprar, y además, me acabo de torcer el tobillo y tengo que ir cojeando. Para colmo, la casa está hecha un desastre y se supone que tengo dos parejas a cenar esta noche.
La madre se quedó atónita y al instante se compadeció. «Ay, cariño», dijo, «siéntate, relájate y cierra los ojos. Iré en media hora. Haré tus compras, limpiaré la casa y te prepararé la cena. Daré de comer al bebé y llamaré a un técnico que conozco que vendrá a tu casa para arreglar la lavadora enseguida. Ahora deja de llorar. Yo me encargo de todo. De hecho, incluso llamaré a George a la oficina y le diré que debería venir a casa a echar una mano por una vez».
—¿George? —preguntó la mujer—. ¿Quién es George?
—¡George! ¡Tu marido!… ¿Es este el 223-1374?
“No, este es el 223-1375.”
—Oh, lo siento. Creo que me equivoqué de número.
Hubo una breve pausa y la otra mujer dijo: “¿Eso significa que no vendrás?”
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