Mi suegra quería sentarse entre nosotros en la boda. Dije que sí y se arrepintió.

Cuando mi futura suegra, Patricia, exigió sentarse entre Ethan y yo en nuestra boda, acepté con una sonrisa. Ella creía haber ganado, pero yo tenía un plan. Su obsesión con Ethan había sido evidente desde el primer día, siempre desprestigiándome con pullas pasivo-agresivas. Desde criticar mi vestido hasta apropiarse de las visitas al lugar, quería tener el control. Había pasado meses tragándome los insultos, pero ya no.

Incluso apareció en nuestra boda con un vestido blanco brillante, acaparando la atención como si fuera su gran día. Luego, arrastró una silla entre Ethan y yo en la mesa principal. Cuando él le restó importancia, fingí no importarme y llamé discretamente al vendedor del pastel. No iba a dejar que su truco quedara sin respuesta. Fue entonces cuando decidí: si ella quiere ser el centro de atención, se lo daré.

Cuando llegó la hora de cortar el pastel, todos quedaron boquiabiertos. Arriba estaban Ethan y Patricia, cogidos del brazo. Tomé el micrófono y sonreí dulcemente: «Claramente, ustedes dos son la verdadera pareja esta noche; por favor, corten el pastel juntos». La multitud murmuró, rió y se quedó mirando. Patricia se quedó paralizada. Ethan parecía atónito. Le di el cuchillo y le dije: «Vamos, todos están mirando».

Salí con mis damas de honor, champán en mano, sonriendo. Cancelé la boda a la mañana siguiente; sin remordimientos, solo libertad. Patricia consiguió el protagonismo que ansiaba, y Ethan pudo quedarse con su fan número uno. ¿Y yo? Conseguí paz y la última palabra. Sinceramente, fue la mejor despedida de boda que podría haber pedido.

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