

**Diario de una traición y un perdón inesperado**
Estaba haciendo las maletas, preparándome para mudarme con el hombre al que amo, cuando un golpe brusco en la puerta lo cambió todo. En el umbral estaba mi exmarido, Javier, quien años atrás me abandonó por otra, destrozando mi corazón y pisoteando nuestro amor. Su aparición, como un fantasma del pasado, reabrió heridas que creía cerradas. Venía con una propuesta que sacudió los cimientos de mi vida.
Me encontraba entre cajas medio llenas en mi piso de un pueblo costero de Alicante. Cada caja representaba un trozo del pasado que dejaba atrás. Mis pensamientos estaban con Adrián, el hombre que pacientemente me ayudó a recomponerme después de la traición de Javier. Adrián no era perfecto, pero era firme como una roca, mi apoyo inquebrantable. El ruido en la puerta me sobresaltó. Era insistente, despertando una inquietud en mi pecho. No esperaba a nadie, menos aún a él.
Al abrir, me quedé helada. «¿Javier?» Allí estaba, más envejecido, con arrugas en el rostro y una tristeza en aquellos ojos que antes me eran tan familiares. «Lucía…», comenzó, con la voz temblorosa. «¿Puedo entrar?» Mi primer impulso fue cerrarle la puerta. Este hombre arruinó mi vida. Pero, contra toda lógica, me aparté, dejándole entrar en la casa que estaba a punto de abandonar para siempre.
Javier entró, su mirada recorrió la habitación, deteniéndose en las cajas. «¿Te mudas?», preguntó, aunque la respuesta era obvia. «Sí, con Adrián. ¿Qué quieres, Javier?» El nombre de otro hombre le hizo torcer el gesto, aunque lo disimuló con una sonrisa débil. «Me alegro de que hayas encontrado a alguien.» Un silencio incómodo se instaló entre nosotros, pesado como una tormenta a punto de estallar.
Finalmente, habló: «Lucía, no habría venido si no fuera urgente. Sé que no merezco pedirte nada después de lo que hice, pero… necesito tu ayuda.» Cruzé los brazos, preparada para lo peor. «¿Qué clase de ayuda?» Dudó un instante, y luego soltó: «La mujer por la que te dejé… falleció hace dos semanas. Me quedó una hija, Lucía. Se llama Alba. Es todo lo que tengo, pero no puedo solo. Te necesito.»
El hombre que destrozó mi corazón ahora me pedía ayuda para criar a su hija. La ironía me quemó. «¿Por qué yo, Javier? ¿Por qué precisamente yo?» «Porque te conozco», respondió, con desesperación en la voz. «Tienes un corazón bondadoso. No conozco a nadie mejor.» El suelo pareció hundirse bajo mis pies. Pasé años reconstruyéndome, y con un solo golpe en la puerta, Javier lo volvía a romper. Pero ahora no solo se trataba de mí. En algún lugar de esta historia había una niña inocente. «No sé si podré, Javier… pero lo pensaré.» «Gracias, Lucía. Es todo lo que pido», susurró, con un destello de esperanza en los ojos.
Cuando se fue, supe que mi vida nunca sería igual. Unos días después, quedamos en una cafetería tranquila en las afueras. Jugueteaba nerviosa con una servilleta mientras esperaba junto a la ventana. Al entrar, Javier llevaba de la mano a una niña de ojos grandes y claros. Al instante, algo se estremeció dentro de mí. «Hola, Lucía», dijo suavemente, sentando a la pequeña frente a mí. «Ella es Alba.» Le sonreí. «Hola, Alba. Con ese vestido, pareces una princesa de verdad.» Ella asintió tímidamente, abrazando su muñeca.
Mientras Javier contaba lo difícil que era para él solo, no podía apartar los ojos de Alba. Era frágil, inocente, y algo en ella me llegó al alma. Entonces, él dijo algo que me dejó sin aliento: «Podría ser nuestra segunda oportunidad, Lucía. Una forma de recuperar lo perdido.» No tuve tiempo de responder. Con cuidado, me pasó a Alba. Cuando se acurrucó contra mí, sentí un calor que me inundó. Una conexión inexplicable. «Necesito tiempo», balbuceé, confundida.
Más tarde, llamé a Adrián. Mi voz temblaba al decirle que necesitaba espacio. Pero en el fondo, temía haberlo perdido. Los días siguientes fueron un torbellino. Pasé tiempo con Alba, jugando y paseando por el parque. Se encariñaba conmigo, y yo con ella. Pero cuanto más me adentraba en su mundo, más sospechaba que algo andaba mal.
Una noche, mientras Javier estaba fuera, terminé frente a la puerta de su estudio. Algo me empujó a mirar. Al abrir un cajón, encontré documentos que lo cambiaron todo. Javier no solo buscaba una madre para Alba. Había una herencia vinculada a su custodia, dinero al que solo podía acceder si tenía pareja. Me estaba usando para asegurar su futuro.
Cuando regresó, le arrojé la verdad a la cara. Su mirada culpable lo decía todo. «No puedo creerlo», susurré, conteniendo las lágrimas. «Pensabas manipularme, usarme.» «Lucía, yo…», intentó excusarse, pero lo interrumpí: «Basta. Ya es suficiente.» Con los ojos ardientes, marqué el número de Adrián, rogando que contestara. «Perdóname, Adrián. Por favor, llámame.»
Esa misma noche, me alejé de Javier, sabiendo que no podría ser cómplice de su mentira. Decirle adiós a Alba me destrozó—ella no merecía esto. Pero tenía que dejarla ir. Mientras el taxi avanzaba bajo la lluvia torrencial, le escribí a Adrián: «Voy hacia ti. Perdóname. Déjame explicarte.»
Al detenerse el coche frente a su casa, lo vi allí. Adrián estaba bajo la lluvia, empapado, con un ramo de claveles blancos—mis flores favoritas. A pesar de todo, me esperaba, como siempre lo había hecho. En ese momento, entendí: Adrián era mi hogar, mi paz, mi verdad.
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