El perro que me devolvió al amor y al recuerdo

Llevaba más de un año repartiendo paquetes en el mismo barrio: las mismas calles, las mismas casas, el mismo ritmo diario. Entonces llegó Blue. A diferencia de la mayoría de los perros de mi ruta, no ladró ni persiguió al camión. Simplemente se sentó al borde de la entrada y me observó. Tranquilo.

Todos los días, sin falta, aparecía, se acercaba a mí y se sentaba a mis pies, sin apartar jamás de los míos su mirada profunda y conmovedora. Al principio, pensé que era nuevo en la zona. Pero algo en él me resultaba extrañamente familiar, como un recuerdo inalcanzable.

Una tarde lluviosa, me reí y pregunté en voz alta: “¿Cómo te llamas, amigo?”. Blue ladeó la cabeza y emitió un suave gemido. Fue entonces cuando vi la placa de su collar. No tenía nombre. Solo una palabra: “Melissa”.

Mi nombre. Y lo que es más extraño, la casa cerca de la que se quedaba llevaba más de un año abandonada. Empecé a preguntar por ahí, llamé a refugios locales; nadie sabía de dónde venía Blue. Entonces, una mañana, hizo algo diferente. Me trajo un sobre.Garabateado en la portada: «Solo para Melissa». Dentro había una carta y una llave pequeña. La nota, firmada simplemente como «Un amigo», me indicaba que fuera a la casa de la puerta roja en Willow Lane. Decía que Blue me había encontrado por una razón, y que algo me esperaba.

Después de mi turno, la curiosidad me venció. Seguí las instrucciones. La casa estaba destartalada, abandonada, pero me resultaba extrañamente familiar. Como un lugar de un sueño que no podía recordar bien. Dentro, encontré una caja con fotos antiguas: fotos mías de pequeña. Riendo en un jardín soleado. Abrazando a un cachorrito idéntico a Blue.

Una segunda carta contenía la verdad: aquella casa fue el hogar de mi infancia. Tras el fallecimiento de mis padres, cuando tenía ocho años, me enviaron a vivir con unos familiares. El trauma había borrado esos primeros años de mi memoria. Pero no de la de Blue. Él había esperado. Todo este tiempo, con la esperanza de que volviera.

El diario de mi madre, guardado en la caja, llenó los espacios que faltaban. Y Blue, el perro que ni siquiera sabía que había perdido, me trajo a casa. Ese día, no solo encontré un perro. Encontré una parte perdida de mí.

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