Mi amiga y comadre finalmente dejó a su esposo, y no puedo estar más feliz por ella.

Mi amiga Lucía, que también es mi comadre, por fin dejó a su marido Víctor, y no puedo estar más contento por ella. Ese Víctor era un regalito: no ganaba ni un euro, se pasaba el día dando la lata y persiguiendo faldas. Hace un par de días, me llama Lucía, radiante de felicidad, y me suelta que se va a los Pirineos con un nuevo novio, Rodrigo. Casi me atraganto con el café al oírlo. ¡Hay que ver lo rápido que ha rehecho su vida! Pero, la verdad, me alegro un montón por ella—se merece esta felicidad después de todo lo que ha pasado.

Lucía y Víctor estuvieron juntos casi diez años, y todo ese tiempo yo la miraba y pensaba: “Lucía, ¿cuándo vas a mandarlo a paseo?” Era de esos hombres que creen que con su presencia en casa ya hacen un favor. ¿Trabajar? Ni hablar. Pero cada noche se plantaba en el sofá como un rey, exigiendo la cena y criticando lo que cocinaba Lucía. ¡Y luego sus “aventurillas”! Más de una vez Lucía lo pilló con mensajes sospechosos en el móvil o con pintalabios en la camisa. Él lo negaba todo, claro, y encima la culpaba a ella: “¡Tú me has llevado a esto!” Yo le decía una y otra vez: “Déjalo, eres joven, hermosa, encontrarás a un hombre decente”. Pero ella aguantaba, quizá por amor o por miedo a quedarse sola.

Hace tres meses, Lucía no pudo más. Me contó que descubrió que Víctor estaba hablando con otra y que, además, había gastado sus ahorros en sus “juergas”. Fue la gota que colmó el vaso. Empaquetó sus cosas, lo echó a la calle y le espetó: “Se acabó, Víctor, búscate otra tonta”. Cuando lo supe, casi me pongo a aplaudir. Víctor, por supuesto, intentó volver—llegó con flores, llamó prometiendo “cambiar”. Pero Lucía no cedió. “Basta—me dijo—. No quiero vivir con alguien que no me respeta”.

Y apenas me doy cuenta, cuando me llama emocionada hablándome de Rodrigo. Se conocieron en una cafetería, imagínate. Lucía entró a tomar un café después del trabajo, y él estaba en la mesa de al lado, leyendo un libro. Dice que le gustó al instante: culto, bien vestido, con buen sentido del humor. Charlaron, intercambiaron números. A las dos semanas, Rodrigo le propuso ir a los Pirineos—alquilar una cabaña, esquiar, pasear por el bosque. “¿Te das cuenta?—me dice Lucía—. ¡Él lo organizó todo, hasta alquiló el coche! Víctor solo habría protestado por el gasto”.

La escuchaba y no daba crédito. La misma Lucía que hace poco lloraba en mi cocina, ahora reía, hacía planes y me contaba cómo Rodrigo le enseñaba a cocinar paella. “No es solo un novio—me dijo—. Me escucha, le importa lo que pienso”. Entonces lo entendí: esto no era un simple affaire. Lucía estaba enamorada, y Rodrigo parecía el hombre que podía hacerla feliz.

Claro, no faltaron los chismes. Nuestros conocidos ya murmuran: “Vaya, Lucía no tardó en consolarse, ¡ni seis meses!” Y yo les respondo: “¡Bien hecho! La vida es una, ¿para qué sufrir por alguien como Víctor?” Algunos creen que va demasiado rápido con Rodrigo. Pero yo la veo distinta. Antes tenía la mirada apagada, y ahora ríe, bromea, hasta se tiñó el pelo de castaño brillante. Dice: “Quiero estar guapa para mí y para Rodrigo”.

Cuando me habló de los Pirineos, no pude evitar preguntarle: “Lucía, ¿pero conoces bien a Rodrigo?” Se rió: “¡Lo suficiente para irme a la montaña con él! Es informático, trabaja en una buena empresa, y tiene un gato al que adora. Un tipo normal, no como el otro”. Yo sigo con el recelo—nunca se sabe—pero Lucía está segura: “Si sale mal, ya sé cómo empacar y decir adiós. No volveré a dejar que nadie me pisotee”.

Su historia me hizo reflexionar. ¿Cuántas mujeres aguantan a tipos como Víctor por miedo al cambio? Lucía dio un giro y empezó de cero. Hasta me da envidia su valentía. No solo dejó a su marido, sino que está escribiendo una nueva página, y parece que será llena de color. Los Pirineos, Rodrigo, nuevos planes… Ya espero que vuelva y me cuente cómo paseaban por las montañas y tomaban vino caliente junto al fuego.

Ayer Lucía me envió una foto: con un gorro rojo, las mejillas sonrosadas, señalando los pinos nevados, y a su lado, un chico simpático que debe de ser Rodrigo. La descripción decía: “¡La vida empieza ahora!” Y, sabes, creo que le irá bien. Se ha ganado ese final feliz. ¿Y Víctor? Que siga discutiendo con su reflejo. Lucía ya está en otra órbita, y desde luego, allí brilla más.

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